martes, 30 de junio de 2009

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Por

MARÍA MAIZKURRENA

Fuente El Correo Digital.

E n el pasado, los enemigos del libro se ven a la luz de las hogueras donde arden volúmenes o rollos, papel impreso o manuscritos, pero el presente es más confuso. No lo vemos en perspectiva. Además, vivimos un reajuste del que surgen nuevas dificultades, amenazas imaginarias y contradicciones peculiares. En esta confusión, quienes dicen defender el libro a veces lo perjudican. Y lo perjudican mientras afirman que lo están defendiendo. En este magma, quienes defienden el libro adhiriéndose fervorosamente al soporte tradicional y atacando el soporte electrónico y la red de redes, añaden más confusión desde el coro de las lamentaciones. 'Borrar es quemar', afirma el lema de una campaña en defensa del profesor Horacio Potel, que se enfrenta a un proceso judicial por haber creado tres bibliotecas públicas de filosofía en Internet. Dos de ellas han sido aniquiladas por intervención de la Cámara Argentina del Libro. La Red, según Umberto Eco, es «la madre de todas las bibliotecas». Y, en palabras suyas, los enemigos del libro siguen siendo «los hombres, que los queman, los censuran, los encierran en bibliotecas inaccesibles y condenan a muerte a quienes los han escrito». También Umberto Eco ha dicho que «el ordenador es el triunfo de la Galaxia Gutenberg». Pero claro, es muy fácil hoy día quemar libros, sin ruido y sin humo. Borrarlos. Retirarlos de la circulación. O no permitir que circulen. Ni la muerte del libro ni los efectos letales de Internet son verdad, aunque puedan serlo los efectos letales de ciertas políticas culturales. La pugna está entre el derecho a las obras que fueron escritas para los lectores, y unas leyes de propiedad obsoletas, injustas y contraproducentes; entre los autores que defienden sus derechos y una industria editorial que controla la oferta, la demanda, las ventas y quiere seguir haciéndolo. «La demanda se crea» decía hace poco José Manuel Fajardo. La ignorancia se cultiva, podemos añadir. En una época que brinda extraordinarias posibilidades de difusión de los textos, estos pueden tener 'propietarios' que no la permitan porque no es rentable, y puede haber poderes, grandes o pequeños, públicos o privados, que la obstaculicen. Sé de un profesor universitario que es conocido por el apodo de 'el oscurantista' y sé que la industria del 'entretenimiento' no va a explicarle al público porqué Flan O'Brien es mejor que Stieg Larsson o porqué Juan Larrea es más importante que Alejandro de la Sota.



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